La Capacidad del Leviatán
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Hace unos días, mientras me ejercitaba en la alberca del gimnasio, conocí a un individuo asaz competitivo. Casualmente, el hombre se zambulló en el carril continuo, y yo, bastante iluso, quise seguirle el paso. Como normalmente me mido con ancianos o adultos aficionados, y con los del equipo de natación mejor ni me meto, ya me sentía macho tritón cuando aquel sujeto metió el acelerador. Pretendí alcanzarlo: apreté la brazada, pataleé hasta que casi cojo un calambre e incluso intenté aventajar en el impulso, pero comprendí la ridiculez de mi aspiración a los tempranos cincuenta metros.
Decidí tomar un descanso y, en una de esas, dejando la “rivalidad” a un lado, le extendí un saludo al nadador. Resulta que estaba entrenándose para el Tercer Campeonato Panamericano Master de Aguas Abiertas y de Natación, que tendrá sede en la ciudad de Veracruz. ¡Ya decía yo que chapoteaba recio el muchacho! Como sea, después de presentarnos, correspondiendo a mi curiosidad, me contó un poco de su vida.
Tiene veintiséis años y es Director de Logística para una empresa azulejera del Estado de Morelos. Y aquí es donde entramos al meollo del relato, porque dicha empresa es la única productora y exportadora de mosaico que opera a gran escala en toda Latinoamérica. Como se hace evidente en este marco festivo, ocasión del crecimiento de la economía china mientras al resto del mundo le pega la crisis, la razón de su unicidad es ésta: La potencia asiática, como en muchas otras industrias, domina el mercado del recubrimiento de superficies.
Pero, “¿cómo le hacen?”, le pregunté al compañero ingenuamente. Tres puntos fueron los que enumeró como causas de la exitosa invasión amarilla: Primero, el gobierno de China no le cobra la materia prima a los azulejeros; número dos, los chinos investigan en bloque y comparten los resultados con toda la industria; y número tres, la fuerza obrera es explotada y exprimida hasta la gota final.
En cuanto a este último punto, según me comentaba mi nuevo amigo, los asiáticos trabajan una jornada de 14 horas por un dólar; es decir, unos 14 pesos. Además de que firman para laborar siete días a la semana, siete semanas seguidas, y producen el mosaico durante su viaje en un gigantesco buque manufacturero.
Pero eso no es todo, encima de esos excesos, la mercancia viene subsidiada, y el Gobierno Federal ha despejado el camino de aranceles para que los masiosares desembarquen más a gusto en costas mexicanas. Por eso, no se sorprendan si el leviatán de los ojos rasgados aumenta su barriga un 8.9% cuando se supone que es época de apretar los cinturones.
Yo sólo me pregunto, ¿Cuánto más podrán aguantar nuestros charales en esta competencia de aguas abiertas contra el Moby Dick de las exportaciones? No lo se, pero a mi me gustaría ver el día en que no levante cualquier cháchara para ver unas letritas que digan “hecho en China”. Es tiempo de conciencia. Ninguna empresa mexicana puede competir con semejante mutante del comercio y, al paso que vamos, si no apoyamos a la industria nacional, va a haber más que eléctricistas desempleados manifestándose en las calles.
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